miércoles, 27 de junio de 2012

El controlador de las células madre cardiacas


La biología es complicada, para qué nos vamos a engañar. En cualquiera de los procesos que tienen lugar en el interior de una célula, aunque sea algo sencillo, intervienen docenas o cientos de genes y proteínas que deben actuar de manera perfectamente coordinada. Cuando uno da con la molécula que se encarga de dirigir esa especie de sinfonía, realmente es como si hubiese encontrado una mina de oro. Y esto es lo que les ha sucedido a unos científicos de la Institución Médica Johns Hopkins, en Estados Unidos, tal y como publican en la revista Science Signalling.
Los investigadores estaban estudiando por qué las células madre extraídas del corazón son capaces de reparar las cicatrices que quedan después de un infarto de miocardio. Al ser trasplantadas, estas células madre se convierten en células musculares y también son capaces de originar pequeños vasos sanguíneos. ¿Qué es lo que hace que se inclinen hacia la formación de músculo o de pequeñas arterias? Curiosamente, los científicos vieron que dependía de la rigidez del material en que crecen estas células en el laboratorio. Más aún, descubrieron que el controlador de todos estos procesos, el auténtico director de orquesta, era una proteína llamada p190RhoGAP (lo siento, yo no le puse el nombre). Cuando quitaban esta proteína, las células madre empezaban a formar vasos sanguíneos con gran eficacia mientras crecían en el laboratorio; al aumentar la cantidad de la proteína dentro de las células madre, el resultado era la formación de músculo cardíaco. Los investigadores fueron un paso más allá: ver qué sucedía con estas células altrasplantarlas en animales de experimentación. Cuando la cantidad de p190RhoGAP era baja, las células se integraron mejor con las vecinas, y formaron nuevos vasos sanguíneos.
Este nuevo descubrimiento puede tener implicaciones importantes para mejorar las terapias basadas en la implantación de células madre del propio paciente después de un infarto del corazón. Lógicamente, los científicos estudiaron todos los cambios que son orquestrados por esta molécula, información valiosísima para saber por qué en unos casos forman músculo y en otros dan lugar a vasos sanguíneos. Así, en el futuro, podríamos gobernar este equilibrio mediante fármacos que imiten su modo de acción: una pastilla después de un infarto, y el corazón se empieza a regenerar. No suena nada mal…